El Modo de Ser Caribe

Por Heriberto Fiorillo

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Caniba, cariba, guerrero fiero y comedor de gente. También de conejos y jabalíes, pescados, crustáceos, igüanas, culebras y pájaros. A la llegada de Cristóbal Colón, en 1492, la tribu Caribe había arrojado a otros indígenas, los taínos, fuera de Trinidad y de las Antillas Menores, atacando en esos momentos a los taínos de Puerto Rico y del oriente de La Española (Santo Domingo).

Belicosos, los caribes envenenaban sus flechas, pintaban sus cuerpos de rojo y de negro y se dejaban crecer el cabello para lucir más temibles. Al arribo de los españoles, no se dejaron someter y resultaron aniquilados por el invasor. En cambio, los taínos lucharon por su supervivencia y terminaron entregándose y fundiéndose, resignados o entusiasmados, con españoles y africanos en abrazos de pasión y convivencia. Por eso usted y yo tendríamos más de taínos, pacíficos y amistosos, que de caribes, aunque hayan sido estos los que conquistaron por valientes la inmortalidad

del mito.

Hoy, se ha podido establecer que algunos caribes permanecieron en las islas de San Vicente y Dominica, donde se mezclaron con esclavos negros y conformaron una etnia mezclada llamada garífuna. La lengua Caribe fue dada por muerta en 1920. Por la fuerza y la violencia de su propia conquista contra indios y negros, el español se tornó con ellos dominicano, puertorriqueño, mexicano en el Caribe y, en lo que a nuestros abuelos se refiere, en samario, cartagenero y momposino. Desde el continente se organizaría después la aventura hispánico costeña hacia el país de los chibchas, los pijaos, los guanes, los catíos, los panches, etc.

La primera gran fusión de América nació pues en el Caribe, en el alma mulata y multirracial de nosotros, los costeños. Cuando un país reconoce la diversidad, va camino a la post-modernidad. El Caribe es un espejo parcial de Europa, como lo es del África y del trópico en general. En el Caribe nació América y, con migraciones permanentes que lo han globalizado desde antes, se concibe desde New Orleáns hasta Brasil. "No se piense que es un delirio expansionista –dijo una vez García Márquez-. Es que el Caribe no es sólo una zona geográfica sino un área cultural heterogénea". Y así es. La contribución africana, forzosa e indignante de cuatrocientos millones de esclavos, resultó afortunada y, en esta encrucijada del mundo, ayudó a forjar un sentido de libertad sin término, una realidad sin dios ni ley, donde cada quien sintió que podía ser lo que quería, sin límites de ninguna clase y los bandoleros amanecían convertidos en reyes, los prófugos en almirantes, las prostitutas en gobernadoras y todo lo contrario.

Por el mar Caribe ha entrado cuanta cosa a Colombia. Armas, conquistadores, desplazados, piratas y esclavos, ron, electrodomésticos, todo el contrabando, los grandes inventos de la civilización y la tecnología. Y ha salido también de todo. La quina, el café, el petróleo, el carbón, la marihuana, la cocaína, los demás desplazados y otras drogas. El mar nos tranquiliza y entusiasma, nos reafirma en cualquier sueño, nos vuelve todo posibilidad. En este mare nostrum y esta geografía que nos convoca, somos similares y diferentes al mismo tiempo. El Caribe es el lugar donde más coexiste la diferencia y esa es precisamente su riqueza. Es contrario a la homogeneidad. Aunque, como una ironía del destino, seamos de todo en el Caribe menos caribes. Ellos, los indios más valientes de la comarca, no se dejaron subyugar. Ellos, racialmente, no trascendieron. Y, como dice Derek Walcott, ahora acompañan gran parte de la historia del Caribe, enterrados en el mar.

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